lunes, 9 de noviembre de 2020

«la esposa», de Ariel Fridman

 

Ariel Fridman
(Argentina, 1970)

La esposa

 

 

Con mi esposa alquilábamos una pequeña casa junto al cementerio, a varios kilómetros de Belchite, todas las tardes ella salía a pasear. Tenía una gran pasión en sus ojos, una pasión profunda e irresistible por ese lugar. Siempre caminaba cerca del cementerio, siempre sobre el cementerio, siempre dentro del cementerio. Parecía haber nacido allí, entre líquenes laminados de fuego que brillaban bajo el naciente sol, y se movían con dulzura, hasta alcanzar las orillas de juncos murmuradores que chapoteaban contra las lápidas de unas tumbas, que solo tienen profundidades negras donde los muertos se pudren bajo el fango. Aquí habitan los locos, los suicidas, las fieras incendiadas, las estrellas caídas. Una noche cuando el clima era magnífico, apacible y la luna brillaba en un cielo azulado y lechoso, el rostro de mi esposa resplandecía como un espectro. Esa tranquilidad me espantó, me hizo temblar y un sudor frio me helo la piel de cordero. Me dije ¿cómo podía ella aparecer en el atavió de mi luto? ¿en la resurrección de su pelambre de loba?, si meses atrás había visto su cadáver con un tajo enorme en el cuello. ¡Cuántos recuerdos guardaba de ella! Ustedes no saben lo que es rociarse con la espuma de la soledad. Pronunciar esa palabra con la caligrafía de la sangre, :soledad, que puede ser misteriosa, profunda, desconocida. Que te lleva a ver en las noches, cosas que no son. Donde te hace escuchar ruidos que no se conocen. Trataba de razonar, pero este horror inexplicable crecía y crecía para convertirse en terror. La muerte que irrumpió en la casa, brillaba rabiosa sobre el aceite hirviente de mi desesperación. Me hablaba en voz alta, escuchaba su voz ronca, monótona, triste. :Ahora estoy arriba, en tu mundo, decía. ¿O será que abajo estás tú?, en el mío. Entonces abrí los ojos como se abre una boca para mostrar los alaridos que nacen de la fiebre y descubrí que no estaba viviendo mi realidad, me encontraba transitando dentro del sueño de mi esposa muerta, enterrada en el légamo de éste cementerio, el más atroz de todos.



 Grandes Obras de 
EToro de Barro




La trayectoria literaria de Agustín Díaz Pacheco (Tenerife, 1952), se inició desde el periodismo vocacional. Su obra narrativa es muy extensa: Los nenúfares de piedra (premio de cuentos "Ángel Acosta", 1982); La cadena de agua y otros cuentos (1984); El camarote de la memoria, (1987 y 1999), La rotura indemne (1989, Premio de Cuentos Canarios), La red (1989, Accésit Premio de Cuentos Canarios); La mirada de plata (1993); Proa en nieblas (1999), y Breves atajos (2002). Cuentos suyos figuran en varias antologías, y en el estudio antológico El cuento literario del siglo XX en Canarias (1999), del profesor y escritor Juan José Delgado. Su novela El camarote de la memoria (Editorial Cátedra, Madrid, 1987, y Canarias, 1999), ha sido objeto de atención crítica en otros países. Ha sido seleccionado por 1a revista Cuadernos del Ateneo de La Laguna (Tenerife) y la revista Quorum (Zagreb, Croacia) junto a relevantes escritores canarios y croatas, respectivamente, ocupando un lugar preeminente en la literatura contemporánea.





































No hay comentarios: